miércoles, 7 de noviembre de 2012

No soy de achuchones

No soy de achuchones, para quien no se haya dado cuenta. Tengo la seguridad de que todo tiene origen en un supuesto trauma infantil. La última vez que mi madre me dió un abrazo fue porque estaba pensando en otra persona que no podía dárselo. Me lo dijo. La última vez que mi padre me dió un abrazo... Mi padre nunca me ha dado un abrazo. La última vez que me dieron un abrazo fue muy forzado y no supe qué hacer con los brazos. La última vez que me dieron un beso fue por compromiso. Y en el aire, a dos milímetros de la mejilla, aderezado con un ruido de palomitas reventando igual que forzado que el abrazo de la frase anterior.
Lo cierto es que te acostumbras a que las únicas manifestaciones de afecto tangibles sean un apretón en la nariz. Te acostumbras a saber hacer ver que eso y lo que vaya más allá te molesta, porque no te gusta que te toquen y  lo consideras completamente prescindible. Te acostumbras a lo que consideras una insignificante sensación de vacío interior y a nimiedades similares como que careces de algo. Ridículas nimiedades que no son más que la punta de un iceberg de lo que no es un insignificante vacío interior, sino un cráter pustuloso de insondable magnitud. Si tienes un parche de látex y algo de relleno para cojines, quizá puedas cubrirlo.
Y acostumbrarte. Y seguir haciendo como si no pasara nada. Nimiedades.

jueves, 11 de octubre de 2012

La chica mona

La chica mona es la que no llega a guapa pero que tampoco es la fea. Es el tipo de chica prototipo de cardo borriquero si engordara y se cortara el pelo. Es el tipo de chica que, si no respalda su monería con algo más tangible como un saber estar, una inteligencia o un don de gentes, no es nadie.
La chica mona es un espécimen común entre la sociedad actual. Los genes adolescentes se codifican de tal forma para dar lugar a la chica mona de forma que pase desapercibida y no pueda distinguirse de su manada de chicas monas. El rebaño acostumbra a aglomerarse en grupos de tres, cuatro, o incluso cinco chicas monas excluyendo a la aspirante a cardo borriquero pero tolerando a la guapa. La guapa guarda el cargo de imprescindible en el grupo aportando una estabilidad social al conglomerado. Las monas rigen su función y se limitan a pasar desapercibidas. La guapa degusta manjares en su trono mientras las monas más espabiladas devoran las sobras que los perros de la guapa no quieren.
Cada una de las monas disfruta de un corto pequeño instante de protagonismo cada cierto tiempo proporcional al numero de disparates que diga o la ropa que se ponga. Luego vuelve a su estado de desapercibimiento usual, porque como bien es sabido, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Las amebas comen papel

Estar de paso. Estar de más en algún lado. Saber que nunca serás la primera, la imprescindible, la favorita. Saber que llega un punto en el que dejas de ser humano, para convertirte en un recurso humano.
"Eres mi sexta mejor amiga." Ya. Aún lo recuerdo. No teníamos ni una decena. Sinceramente es verdaderamente humillante.
La chica de clase, esa que no habla, la muermo es mi octogésima mejor amiga, ¿Sabes?. Y ese chaval del metro, el que me ha dicho la hora, ocupa el lugar doscientos treinta y dos en mi lista de personas importantes.
No sé dónde voy a ir a parar. No sé que es lo que tengo que hacer, ni como debo comportarme, ni que debo decir.
Soy un barquito a la deriva hecho de papel maché mientras observo en mis tambaleos a transátlanticos cortando las olas. Ese crucero que acaba de pasar me ha salpicado. Se me están desaciendo las velas, y eso  que la parte estribor lleva carcomida mucho tiempo. Me voy a hundir. Tarde o temprano.
¿Necesitan papel higiénico en el fondo marino? ¿Las amebas comen papel?



martes, 21 de agosto de 2012

Alter ego.


Impotencia. La necesidad de expulsar algo que ni si quiera sabes que es, pero que te carcome desde dentro, te atormenta, y te hace saber a cada milésima que esta ahí. Cómo se puede ser tan palpable y tangible y a la vez no existir. Es una sensación extraña. No me pasa a menudo. Es horrible y siempre termina mal. O, a decir verdad, ni siquiera empieza.
Sentir que se te escapa la vida entre los dedos como brisa marina que te acaricia al pasar. Es muy sobrecargado. Muy poco mío. Me gusta el viento. El número ocho y las caras tristes. Escribir.
Cómo decir nada diciéndolo todo. Lo siento. De verdad siento haberte sido tan cobarde, me digo. Si fueras más lista, más guapa, más valiente, quizá nos hubiéramos podido acercar, y decir alguna frase ingeniosa que no implicara gustos culinarios.
Pero ni siquiera hicimos eso. Tú y yo no nos llevamos bien. No quisiste. Siempre queremos cosas distintas. A veces pienso que deberíamos separarnos. Sé una forma, pero ni siquiera tengo esperanzas de que funcionara.
En fin.
Supongo que lo mejor será que sigamos con tu mediocre vida. Al menos me dejas salir de vez en cuando, en forma de letras, confeccionándome entre párrafos y sintiéndome entre frases.
Soy palabras. Lo más real que estaré nunca de ser soy palabras.
Y mientras no me conforme con eso, tan sólo tendré tu cabeza. Todo lo que hay dentro de ti. Tus sentimientos, tus ideas, tus pensamientos. Yo seré tu yo más profundo. Tu alter ego.


domingo, 12 de agosto de 2012

Adiós.

Adiós.
Abro la puerta. Cuatro zancadas largas. Pulso el botón. El ascensor, obediente, atiende a la llamada de inmediato. Sube a su ritmo, sin prisa. Tiro entonces de él.
Dentro, huele a pan. Es seguro que de la "boulangerie" francesa de abajo del edificio. La odio. Esa detestable y rechonchita mujer pelopolla, sólo hace que preparar a diario su ejército de pequeños pastelitos de colores, formas, tamaños y ingredientes distintos a gusto de sus serviciales clientas ancianas. Viejas.
En Barcelona sólo hay viejas.
Sigo en el ascensor. Le sonrío al espejo.
No, que asco, mejor con la cara triste. Me gusta la cara triste. La que se te queda al haber llorado, los ojillos cristalinos y las mejillas empapadas, el dulce olor a sal, la respiración agitada.
Estoy como una puta chota.
0. Empujo el armatoste que me oprime con su pesada losa, y salgo al exterior.
Pasillo. Luz. Puerta. Viejas. Banco. Asfalto. Viejas, banco, asfalto.
Y así hasta la saciedad.
El perro estropajoso que acapara el carril bici no tiene ojos. Se camuflan bajo su encrespado pelo, de tirabuzones, con rojizos y con caída triste. Pésimo. Pelopolla. El dueño, calvo tendría una peluca y taparrabos incluido a juego con el de la francesa.
Me río. Me ha visto. Sonríe.

No encontré el parque. A decir verdad tampoco quería ir.
Acabé andando sin reglas, por dónde tenía que ir. Por dónde sí quería ir. Siguiendo los recargados farolillos que vestían  de gala la avenida. Viendo nada al mismo tiempo que veía todo. Estando sin estar.
Ahora, pero, las viejas si saben que estoy y me miran. No les gusta que este en el banco de enfrente.
Me voy detrás del hombre americano que vociferando, guía a su familia. Me uno al rebaño.

miércoles, 1 de agosto de 2012

A rebosar de mierda

Me gusta hurgar. Hurgar en las personas. Meter la uñica en sus cabecillas y hundirla hasta al fondo. Y hurgar. A veces con eso es suficiente para que salga lo que hay debajo. Lo que todos tenemos debajo. La mierda. Porque hurgues donde hurgues, siempre hay mierda, siempre.
Aunque otras veces, no basta sólo con eso. Otras veces la labor requiere mayor perseverancia, mayor incisión. Más dedos. Lo que quiero decir es que con la uñica no basta. Hay ciertos individuos que están tan sumamente repletos de mierda, que ésta se les almacena en algún lugar remoto de su interior dónde nadie puede verla. Algo parecido al tejido adiposo que todos tenemos. Es asqueroso pero vital, imprescindible para continuar con nuestra patética y superficial existencia, llena de apariencias. Y de mierda, por su puesto. A rebosar de mierda.
Me gustaría ser una de esas personas a las que no hace falta meterles un dedo, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni la mano entera para que se derrumben. Me gustaría ser cómo mínimo de la clase de personas a las que hace falta meterles un brazo entero, por ejemplo. O de las que te absorben por completo al intentar entrar en ellas. Personas misteriosas, escurridizas, fuertes. Pero que a pesar de todo eso poseen una inmunda mierda dentro, más grande e imponente que la que llevamos todos juntos, más voluminosa y densa que la superfície terrestre entera. Y sin embargo la esconden bien, muy bien. Saben tragársela por completo y hacer ver que no está. ¿No es admirable?

Por desgracia, conmigo con la uñica basta, para que empieze a vomitar mierda.
 "Los débiles deben morir", dijo.
Y yo caí la primera.